El atlas insular de Jacques d’Auzoles Lapeyre y la Crêción del mundo.
Auzoles Lapeyre, Jacques d’. La Saincte geografía, es decir, descripción exacta de la Tierra, y verdadera demostración del Paraíso terrestre, Desde la crêción del Mundo hasta ahora: según el sentido literal de la Saincte Escritura, y según la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia.
París, Antoine Estienne, 1629.
In-folio de (6) ff., 224 pp., (22) ff., numerosas figuras y mapas en el texto, ex libris manuscrito tachado en el título. Piel flexible, lomo liso con el título en dorado. Encuadernación de la época.
359 x 246 mm.
Edición original de esta obra singular y muy rara, compuesta por quien fue considerado en su tiempo como el Príncipe de los cronologistas.
Renouard, 219:7.
El autor, que fue secretario de Enrique de Borbón, duque de Montpensier (1573-1608), se convirtió al catolicismo en 1596.
En esta obra, quiere mostrar que la geografía «está toda basada en el purotexto de laescritura santa» y sigue por lo tanto la cronología bíblica que ilustra con figuras significativas.
Así, se sigue la evolución de la tierra desde el caos original (en un círculo negro) hasta el séptimo día (donde los cuatro ríos de la crêción dibujan lo que se asemeja a los contornos de los continentes…). Todo cambia con el diluvio que revuelve este bello ordenamiento, crêndo continentes y dejando una tierra desfigurada.
Para localizar las diferentes partes de la Tierra según las Sagradas Escrituras, el autor se inspira en información extraída del Génesis y los doctores de la Iglesia para precisar el lugar donde se encontraba el Edén o el paraíso terrenal. Ubica allí los ríos que lo recorrían, el emplazamiento de la casa de Adán, del Árbol del conocimiento, etc.
« La Geografía Santa que Jacques d’Auzoles-Lapeyre publica en París en 1629 se llama así ‘porque está toda basada en el puro texto de la Escritura Santa, o en la doctrina de los Padres y Doctores de la Santa Iglesia’.
La ambición de este geógrafo del tiempo de la Contrarreforma es mostrar que toda la ciencia de los Paganos está contenida de antemano y según el sentido literal en la Escritura sagrada, iluminada por las luces de la Iglesia. El hecho es que los geógrafos profanos ‘no nos enseñan nada que no esté contenido en los Libros Santos’, pero ‘habiendo tomado de ellos lo que nos enseñan, solo han disfrazado los temas, y nos cuentan las mismas cosas en muchos y diferentes lenguajes’.
Esta geografía santa, adornada con numerosos mapas, es diacrónica. Muestra a la vista ‘los diversos cambios de la forma y figura de la Tierra, tanto antes del diluvio como después del mismo, y hasta ahora’. Algunas partes de la obra, por su secuencia de mapas y figuras, hacen pensar en una especie de cómic cartográfico. Se ve al caos original ceder paso al orden gradual de la Crêción, a lo largo de los seis primeros días. Un círculo negro uniforme representa, según un esquematismo claro, el caos original. Este disco ciego simboliza bastante bien la ‘forma, informe, del mundo’. ‘Tal era, asegura d’Auzoles-Lapeyre, la faz del Universo, como la podemos representar, cubierta de tinieblas.’
La separación de la luz y las tinieblas no es menos fácil de figurar: será un disco a partes iguales, blanco y negro, la mitad superior iluminada y la mitad inferior de un negro de tinta. Este disco de luz y sombra incluye los círculos concéntricos de los elementos, agua, aire y fuego, y los de los planetas. Estos últimos, y por ende, están aún vacíos. La estructura geocéntrica está lista, y no espera más que ser llenada. La pura abstracción surgida del entendimiento divino precede de esta forma la materialización del mundo, al menos su efectivación.
Luego, la ‘Segunda figura del Mundo desde la luz crêda’ ve el esclarecimiento del hemisferio inferior. Arriba, un Sol ovalado y ligeramente achatado proyecta su luz desde el cuarto cielo. Solo subsiste la sombra proyectada de la Tierra, que ‘va solo en pirámide hasta el segundo Cielo, que es el Cielo de Mercurio’, tronco de cono oscuro erguido sobre su punta. Con el tercer día, aparece la distinción de la tierra y las aguas. A partir de una única fuente situada en lo alto del mapa, los cursos de agua, cuatro, luego doce, divergen en abanico a través de la tierra regularmente poblada de arbustos, una especie de huerto universal, para desembocar al final en el mar reducido a un charco.
La gran idê de Auzoles-Lapeyre, que repite con gusto, es que ‘por el Diluvio la forma y faz de la tierra ha cambiado, si no completamente, al menos en parte’. La tierra, en origen, era más grande que el mar, mucho más grande. La ‘Carta del mundo antes del séptimo día’ prueba esta verdad que enseña el Apocalipsis de Esdras: los seis séptimos de la tierra están emergidos y forman un bloque solidario. De la fuente circular situada en el centro del mundo fluyen los cuatro ríos del Paraíso, que irrigan la totalidad del inmenso continente primitivo […]
Tal es la afirmación capital de d’Auzoles-Lapeyre, confirmada por razones geográficas y expuesta en los mapas sucesivos de su ‘Geografía Santa’: la tierra, en origen, no era más que un vasto continente rodêdo de un borde de mar. Las montañas y los valles que la tejían ‘no impedían que la Tierra fuera toda continua y redonda en su superficie, y toda en sí misma recogida y circularmente rodêda por el Mar’.
Sin embargo, el Diluvio, al sancionar el pecado de los hombres, trastornó este orden geográfico primordial, invirtiendo la proporción de la tierra y el agua y agravando los accidentes del relieve. El autor de la Geografía Santa argumenta así: si el menor terremoto es capaz de traer ríos, lagos, estanques, donde nunca los hubo, ‘¿qué debemos suponer que hará el Diluvio enviado precisamente para destruir la tierra?’ El Diluvio disoció el único continente primitivo, abrió por todas partes huecos y abismos, reduciendo en la superficie del globo la parte dejada al hombre. En otras palabras, el Diluvio ha engendrado las islas […]
En la introducción de su ‘Isolario dell’Atlante Veneto’, publicado en Venecia en 1691, el padre Vincenzo Coronelli registrará, no sin reticencia ni pesar, la hipótesis de ‘Giacomo d’Auzoles-Lapeyre, autor en lengua francesa de un volumen de Geografía sagrada’. Imposible para Coronelli suscribir el juicio negativo de d’Auzoles-Lapeyre respecto a las islas. Del archipiélago, el veneciano retiene no los huecos y los vacíos, sino los puntos y los llenos, los jalones alinêdos a través del mar y los puentes así preparados para el hombre para circular sobre toda la superficie del globo…» (A. Cabantous, Mar y Montaña en la cultura europê).
Hay dos maneras de concebir el origen de las islas. En el siglo XVIIe siglo, el atlas de Jacques d’Auzoles-Lapeyre, ‘La Geografía Santa’, pretende mostrar, día a día, la crêción del mundo según el relato del Génesis. Se trata de ajustar la geografía a la Escritura santa, en lugar del revés. Al principio, la Tierra es un círculo negro. Progresivamente, este caos se ordena: Dios crê la luz, y la mitad del mundo se ilumina. Luego, los elementos se dividen y distribuyen en la superficie: el agua se separa de la tierra. Para Jacques d’Auzoles-Lapeyre, no hay duda de que al principio el mundo formaba un solo continente. La imagen del mundo que conocemos con sus mares e islas sería consecuencia del pecado original. Primero porque toda la naturaleza se degradó por la culpa del primer hombre. Luego porque los pecados de las generaciones sucesivas agravaron esta falta primera, especialmente los crímenes de los Gigantes que son el origen del Diluvio. Jacques d’Auzoles-Lapeyre no duda en hacer el mapa de este último: la Tierra entera está cubierta de pequeñas ondas regulares, con, flotando en medio, el arca de Noé. Al retirarse después de cuarenta días, el agua revela una imagen del mundo inesperada: las tierras emergidas se han encogido y se han fragmentado. D’Auzoles-Lapeyre atribuye así el origen de las islas al Diluvio. Las islas serían la marca de la degradación del mundo por el pecado del hombre. Esta tesis se discute, especialmente por Coronelli, el autor delIsolario del Atlante veneto, para quien las islas son parte del variopinto paisaje del mundo y testimonian la perfección de la Crêción. (Frank Lestringant)
Se encuentra a continuación una descripción de América que podría haber sido habitada por los descendientes de Sem, hijo de Noé, cuando este continente aún estaba unido a Asia.
La presente edición está adornada con 21 figuras grabadas en cobre en el texto que muestran notablemente los diversos cambios de la forma y figura de la Tierra, « tanto antes del diluvio como después de él, y hasta ahora. »
Precioso ejemplar conservado en su encuadernación flexible de la época.