LA CHAMBRE Traité de la connaissance des animaux

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El ejemplar mismo descrito por Olivier-Hermal encuadernado en la época por Rocolet

proveniente de las bibliotecas Charles de L’Aubespine (1580-1653),

Lang (1925, n° 38) y Estelle Doheny con ex-libris.

La Chambre, Cureau de. Tratado del conocimiento de los animales, donde todo lo que ha sido dicho a favor de & en contra del razonamiento de las bestias se examina: Por el Señor de la Chambre Médico de Monseñor el Canciller.

París, en casa de Pierre Rocolet, Imprimeur du Roy, 1647.

In-4 de (4) ff., 30 pp., (5) ff. de tabla, 390 pp. Marroquín rojo, planos decorados con diversos marcos dorados, con flores de lis y florones en las esquinas punteados dorados, escudos en el centro, lomo con nervios finamente dorado, bordes decorados, ruedecilla interior, bordes dorados sobre mármol. Encuadernación de la época delTaller Pierre Rocolet – Antoine Padeloup.

233 x 168 mm.

Edición original dedicada al Canciller Séguier de este texto principal del debate sobre el alma de los animales.

Marin Cureau de La Chambre nació en Le Mans en 1594.

« El cardenal de Richelieu lo eligió, entre los intelectuales de la época, para hacerlo ingresar, en 1635, en la Académie française, recientemente fundada. También fue uno de los primeros miembros de la academia de Ciencias en 1666. Luis XIV estaba tan convencido del talento de este hábil médico, para juzgar a la gente por su fisonomía, cuál era, no sólo el fondo del carácter, sino también para qué empleos podía ser idóneo cada uno, que este monarca a menudo no se decidía en las elecciones que debía hacer sin antes consultar a este oráculo.

Su correspondencia secreta con Luis XIV se menciona en el t. 4 de las Piezas interesantes y poco conocidas, por M. D. L. P. (de la Place); termina con estas palabras: « Si muero antes que S. M., corre un gran riesgo de realizar en el futuro « muchas malas elecciones ».

« El tratado de Cureau de la Chambre es una obra maestra en el debate sobre ‘el alma de las bestias’ que se extiende durante todo el siglo XVIII, especialmente con Condillac y Buffon ».

« Es en el sentido de una verdadera psicología materialista que Marin Cureau de la Chambre relee, unos años después de la aparición del ‘Discurso del método’, los textos de Montaigne, defendiendo a Charron contra los ataques de Pierre Chanet. El texto del ‘Tratado del conocimiento de los animales’ sigue siendo en apariencia escolástico por su lenguaje: el entendimiento se afirma dependiente de la imaginación, lo cual no es, en cierto sentido, más que la tesis de Aristóteles o de Tomás de Aquino; pero, para Cureau, esta dependencia se explica de una manera completamente diferente. Según Aristóteles y la tradición escolástica, la sensación contiene ‘en potencia’ el juicio que el entendimiento puede ejercer a partir de las imágenes sensibles: queda que ni la sensación ni la imaginación juzgan por sí mismas, que la facultad dianoética es necesaria para formar una proposición y un razonamiento a partir de los datos sensibles y que sólo ella es el verdadero ‘sujeto’. Es este matiz el que la psicología de Cureau de la Chambre cuestiona. La cuestión es saber si los animales pueden juzgar; Cureau, como Montaigne, responde afirmativamente, pero, siendo un buen discípulo en este punto de la tradición escolástica, Cureau afirma al mismo tiempo que los animales viven reducidos a las sensaciones y a las imágenes: por lo tanto, la sensación y la imaginación deben producir por sí mismas el juicio y el razonamiento; así, toda la segunda parte del ‘Tratado del conocimiento de los animales’ apunta a mostrar que la cópula ‘es’ puede ser añadida entre el sujeto y el predicado por la misma imaginación, que así tiene la facultad no sólo de formar imágenes, sino también de unirlas entre sí. La tercera parte va más allá, mostrando que la imaginación es capaz de formar –siempre por sí misma– razonamientos silogísticos, uniendo dos proposiciones para formar una tercera: productora del ‘es’, la sensación animal (material) también lo es del ‘por tanto’. ¿Qué le queda al hombre? La simple facultad de unir no sólo términos singulares sino también términos generales…» (Thierry Gontier, Del hombre al animal, Montaigne y Descartes o las paradojas de la filosofía moderna sobre la naturaleza de los animales).

« No es que el alma no tenga ninguna parte en el comportamiento ético, pero el alma no es un principio que distinguiría claramente el comportamiento humano del comportamiento animal. El alma de hecho parece fundamentalmente material en Cureau. Al igual que Aristóteles en ‘Del alma’, menciona en su ‘Sistema del alma’ (1664) una parte puramente intelectual del alma sin nunca definir claramente sus rasgos y acciones. El resto del alma, por así decirlo, siendo material, no es propio solo del ser humano. La concepción del alma en Cureau permite así reforzar aún más las similitudes entre animales y hombres, puesto que estos dos componentes esenciales del ser vivo están dotados de almas.

Esta tesis de Cureau es conocida a través del debate que tuvo con Pierre Chanet. El segundo defiende la posición cartesiana de un animal-máquina, es decir, sin alma. Cureau, por el contrario, afirma su presencia en los animales. Los animales no solo están en pie de igualdad con los hombres, sino que son ‘más que hombres’ ya que sirven de modelos para comprender a los seres humanos.

Es la misma tesis según la cual los animales tienen un alma la que hace posible la idea de costumbres animales. La existencia de un alma en las bestias constituye la tesis original que justifica que el método comparativo de Cureau se extienda mucho más allá de lo fisiológico. En el sentido estricto del término, existe una verdadera psicología animal y caracteres que están vinculados a ella. El paso por la observación de las pasiones animales para comprender las del ser humano es, por ejemplo, claro desde el inicio de la primera frase del ‘Tratado del conocimiento de los animales’: ‘En la necesidad que el Tratado de las pasiones nos ha impuesto de buscar las causas del amor y del odio que se encuentran entre los animales…’. Un análisis riguroso de las pasiones impone remontarse a los dos sentimientos fundamentales opuestos que dirigen los comportamientos animales. El vínculo es tanto lógico como metodológico y la asociación de ideas es inmediata: para tratar las pasiones del ser humano, hay que partir de las de los animales y más precisamente partir de los dos polos de todo comportamiento (animal o humano): el amor y el odio. No se puede analizar las pasiones humanas sin partir de las pasiones animales.

Cureau utiliza la plasticidad del concepto aristotélico de alma para dar costumbres a los animales, y lo reivindica: ‘No me he apartado de los principios recibidos de la Escuela, y no he querido destruir como se hace ahora, ni las facultades del alma, las cualidades sensibles, ni las imágenes de la memoria, ni el conocimiento de los animales’.

Que haya o no una alusión a Descartes aquí, lo importante es que el autor encuentra imaginación, memoria y sobre todo conocimiento en los animales. Al afirmar que tienen un alma, Cureau ofrece una definición del alma que borra la frontera entre lo racional y lo infra-racional. Para ello pone la imaginación como facultad esencial del dispositivo psico-cognitivo de todos los seres vivos dotados de movimiento. Todo conocimiento siendo el transporte de imágenes, todo conocimiento es una forma de imaginar: ‘la imaginación puede formar y unir varias imágenes, y por lo tanto… puede concebir, juzgar y razonar’. No hay más que una diferencia de grado entre el pensamiento humano y el pensamiento animal, ambos siendo transporte de imágenes en el alma y por el alma…

Este borrado de la frontera entre comportamientos humano y animal (por la identificación del pensamiento a la imaginación y por el rechazo del instinto) podría tener algo de escéptico, recordando, a la manera de un Montaigne, que a veces hay más diferencia de hombre a hombre que de hombre a animal. Pero no se trata de ninguna manera en Cureau de un antiespecismo con un fin relativista. Se buscan modelos para pensar las pasiones humanas y la influencia sigue siendo aparentemente siempre aristotélica…» (Marine Bedon, El Hombre y la bestia en el XVIIe siglo. ¿Una ética animal en la edad clásica?).

Ejemplar revestido con una suntuosa encuadernación en marroquín rojo decorado con las armas de Charles de L’Aubespine (1580-1653).

Se volvió sospechoso a Richelieu, quien le quitó los sellos en Saint-Germain-en-Laye el 25 de febrero de 1633 y lo mantuvo prisionero en Angoulême hasta el 24 de mayo de 1643.

« Finalmente liberado, regresó a su casa en Montrouge, cerca de París, pero tuvo que renunciar al cargo de canciller de la orden del Santo Espíritu, en marzo de 1645. Después de un desagrado de más de 17 años, fue llamado de nuevo, a la corte el 1°er de marzo y retomó los sellos el 2 de marzo de 1650; los guardó hasta el 3 de abril de 1651 y recibió el título de ministro de Estado. Nuevamente en desgracia, fue exiliado a Bourges en noviembre de 1652 ».

Fina encuadernación de la época saliendo del taller de Pierre Rocolet – Antoine Padeloup.

« La clientela de Rocolet, la de las encuadernaciones de lujo, era la élite suprema de la época: la Reina, el Cardenal, el Canciller, también el doctor Marin Cureau de la Chambre, médico capaz, filósofo ingenioso y escritor prolífico, fuertemente protegido por el todopoderoso Canciller Séguier. Sus libros eran los más ricamente vestidos del taller ». Raphaël Esmerian.

El ejemplar es el mismo descrito por Olivier Hermal, lámina 955.

Procedencia: Marqués de L’Aubespine (1580-1653); Lang (1925, n° 38); Estelle Doheny con exlibris.

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LA CHAMBRE